Debate 1: ¿qué podemos mejorar en alimentación y hábitos para que aumenten las propias defensas frente a infecciones?
“If liberty
means anything at all,
it means the right to tell people
what they do not want
to hear”
George Orwell
(“Si la libertad tiene algún sentido, es el derecho de decirle a los demás lo que no quieren escuchar”)
Este post es un enjambre de preguntas.
¿En qué condiciones de salud se encuentra la población en general?
¿Está nuestro sistema inmunológico funcionando bien? ¿Es la edad
un mayor factor de riesgo en Covid-19? ¿Qué ingredientes y cómo se
preparan las comidas en residencias de mayores? ¿Tenemos hábitos
que debilitan nuestras defensas? ¿Qué estrategias pueden darse para
mejorar la salud general?
Justo antes de esta crisis, el Dr.
Valentín Fuster, un cardiólogo español experimentado, dijo en una
entrevista: «En España
debemos dejar de felicitarnos por el aumento de la esperanza de vida
en las condiciones actuales. Morimos más tarde que nunca pero con
una calidad de vida peor. Hay más obesidad, infartos, diabetes.. ¿De
qué nos alegramos? No hay nada que celebrar».
Las 3 patologías que menciona el
Dr. Fuster están muy relacionadas con
hábitos de vida, en alimentación y en actividad física. También,
lo que dijo nos lleva a reflexionar sobre los riesgos en el curso del
Covid-19: ¿es la edad o son las enfermedades crónicas relacionadas
con los hábitos de vida que ponen más en riesgo a los mayores?
¿Sería el Covid-19 más peligroso para ciertos hábitos de vida?
Hace mucho, 1995, estuve unos meses
en Brasil visitando fincas ecológicas. Una de ellas se situaba en
una pequeña isla cerca de los manglares del nordeste brasileño y
era trabajada por Don Bartolomé, quien en ese momento contaba con 70
años recién cumplidos. Tenía muchas plantas de cultivo para su
alimentación y una diversidad increíble de árboles frutales. Don
Bartolomé era alto, delgado, musculoso aunque distinto a como se ve
en los gimnasios, eran músculos de trabajo. En esa isla rodeada de
agua salada había un sólo pozo que lo proveía de agua dulce, para
él y sus plantas, las cuales regaba con un balde de unos 10 litros
que sumergía en el pozo y trasladaba a cada cultivo y árbol. Su
agilidad era envidiable. Se entusiasmó mostrándonos una colección
de plantas originarias del amazonas y la producción de frutas raras
que tenía. Éramos un grupo de visitantes entre los cuales había un
matrimonio joven de madrileños. Alguien preguntó por el sabor de
una de las frutas y Don Bartolomé en pocos segundos se trepó a pie
desnudo a lo más alto del árbol, dejando sus chanclas abajo. Desde
arriba nos tiraba las frutas para que las probemos. Al intentar
alcanzar más frutas se balanceaba en las ramas que no eran gruesas.
En ese momento uno
de lo madrileños dijo “hombre, con 70 en Madrid les cuesta subir
al autobús”. Me asombró su comparación
evocando en ese lugar una
ciudad de millones. Muchos años después visitando Madrid encontré
que era cierto y no sólo en
el autobús, me llamó la
atención el porcentaje tan alto de personas mayores de 60 o 65 años
con problemas de movilidad, mucha dificultad para caminar y muchas
personas con bastón, muletas o andador. Es notable y muy particular
de España en comparación con otros países.
Explica
Yuval Harari en su libro “Sapiens”, que la Revolución Científica
comenzó hace unos 5 siglos en Europa cuando las personas entendieron
o sospecharon que sabían muy poco sobre ciertas cosas. Es decir,
tomaron conciencia de su ignorancia. El mundo ya explicado por los
antiguos no se correspondía con la realidad y comenzaron a hacerse
preguntas. Con anterioridad, no se ponían en duda los conocimientos
heredados de los sabios antiguos. Si no hay dudas ni desconocimiento
no hay búsqueda. Por ejemplo, previo a Galileo Galilei se pensaba
que los cuerpos más pesados caían con más aceleración que los
livianos; se pensó, se intuyó, les habrá parecido razonable,
quizás hasta obvio, pero nunca realizaron la experiencia. Galileo
experimentó, observó, y encontró algo
bien distinto: todos caen con la misma aceleración, no depende del
peso.
¿Por qué experimentó? Porque no siguió creyendo en lo que ya
estaba aceptado. Galileo sospechó y cuestionó la creencia general
hasta ese momento, y también, quizás más importante, desconfió de
la forma en que se sacaban conclusiones sin evidencias, sólo por
intuición.
Estar
convencido de algo cierra el camino a explorarlo. Sin embargo, cuando
se persiste en un convencimiento contrario a la realidad se corren
riesgos de mantenerse en una vía equivocada. A mí me parece que el
Covid-19 pegó mucho más fuerte en occidente que en Asia debido a
dos motivos: uno, a la arrogancia de occidente de creer que “esto
acá no llega” y “si llega estamos preparados”, porque claro,
ya tenemos respuesta a todo, no puede ser muy grave; y dos, el estado
de salud general de Asia es mejor que el de occidente. Esto último
en parte se ve por las incidencias de enfermedades graves como las
cardiovasculares, cáncer, obesidad y diabetes, mucho menores en
Asia. Su alimentación no contiene los excesos en carnes, fiambres,
quesos y alcohol que se consumen habitualmente en occidente, los
cuales la OMS indica como factores de riesgo para las enfermedades
crónicas.
Es
muy difícil ver un problema en una cultura cuando uno está dentro
de ella, y yo lo estoy por supuesto, bien occidental, así me crié,
me eduqué y maduré. Haciendo esta salvedad, me da la impresión que
la decadencia de occidente se debe a que perdió gran parte de ese
motor maravilloso que es reconocer que no todo se sabe y que tal vez
en algunas cosas se están cometiendo errores. El
éxito en muchos aspectos del desarrollo moderno parece no permitir
reconocer fracasos. Algo
simple y cotidiano me sugiere que esto es así: el apego local
por distintas comidas típicas. Por ejemplo, en Argentina, la
milanesa, el asado y el dulce de leche son considerados
“culturalmente sagrados”, intocables. Consumidos sin moderación,
son tres componentes de la dieta argentina con consecuencias muy
negativas
para la salud. La explicación detallada la dejo para otro post. En
Italia y España también existen apegos a tradiciones alimenticias con varios
productos “culturalmente sagrados” que la OMS recomienda consumir
de vez en cuando y con moderación.
Por
otro lado, en el siglo XXI creemos con gran convicción que contar
con hospitales y medicamentos es tener un sistema que nos asegura
salud. Se habla de la sanidad o de los seguros de salud, confundiendo
“salud” con tener servicios sanitarios; pero
éstos son atención de enfermedades. Son
el bombero que apaga el fuego, y no las prevenciones para que un
fuego no ocurra.
Hace tiempo, paseando en bicicleta por las afueras de Amsterdam con
alguien del lugar, pasamos frente a varios hospitales de distintas
especialidades. Me dijo “tenemos muy buen sistema de salud aquí,
como ves hay muchos centros hospitalarios”. No contradije por
respeto a mi anfitriona pero sentí todo lo contrario: “debe haber
muy poca salud para que necesiten tanta asistencia”. Así se
comprueba al leer las cifras de ese país por enfermedades graves.
Salud
es, o no enfermarse o estar en condiciones para enfrentar una
patología sin demasiados problemas. Cuando se tiene salud rara vez
son necesarios los servicios hospitalarios y los medicamentos. No
quiero decir con esto que no deban existir ni que no hagan falta en
algunos casos, pero en general hay que tenerlos como se
tiene el
seguro contra choques del coche, imprescindible pero lo que más
queremos es no usarlo.
Es
común escuchar que la genética determina ciertas enfermedades. Esto
es cierto en un porcentaje mínimo de casos. Consulten las
estadísticas médicas y verán. Por otro lado, se sabe que aún en
aquellos casos de una predisposición genética, los hábitos de vida
saludables hacen que las enfermedades se manifiesten con menor
gravedad o que no se manifiesten para nada. Alguien con antecedentes
familiares de diabetes, si no consume azúcar es probable que no
desarrolle
la enfermedad. Cuando una persona va a la consulta enseguida se le
pregunta sobre si tal o cual enfermedad se encuentra en sus padres o
familiares, y con esa información anecdótica ya queda rotulado como
de predisposición genética. Sin embargo, noten que como no se hizo
ningún análisis genético de
laboratorio no
hubo ninguna evidencia, sólo se preguntó por padres y abuelos. Un
caso típico son los problemas cardíacos. La explicación sin
evidencias de la herencia genética tapa la verdadera herencia
peligrosa: se heredan los hábitos de vida. Por generaciones se
transmite la costumbre de consumir enormes cantidades de grasa animal
y de sal que terminan afectando las arterias y el corazón, ocurrió
con sus padres y abuelos y ahora con el paciente sentado en la
consulta con colesterol alto y fatiga y
falta
de aire cuando ejercita.
¿Qué deberíamos hacer para tener mejor estado de salud?
Hay
muchas recomendaciones, nos dicen: “mantenga un peso adecuado”,
“consuma alimentos saludables, legumbres, cereales integrales”,
“un mínimo de 400 gramos de verduras y frutas por día”,
“cuidado con el azúcar, la sal y la grasa saturada”, “realice
actividad física diaria”, “duerma bien”, “esté de buen
humor”, y no se olvide, “haga vida social”.
En
la realidad cotidiana las cosas se complican. Por ejemplo, vamos a
hacer vida social con un grupo agradable y querido de personas y
enseguida aparecen sobre la mesa las bebidas azucaradas, las masas
dulces y las galletas con mucha grasa y sal. Aunque la actividad es
interesante y divertida resulta 100% sedentaria; con lo cual, más
tarde de regreso a casa, cargados de glucosa en sangre, con la
presión alta y sin estar físicamente cansados, nos cuesta dormir.
Si el insomnio ocurre con frecuencia es probable que vayamos a una
consulta para que nos den medicación, y si nos resulta a bajo costo
o gratuita el sentimiento es el de tener un sistema de “sanidad”
que nos cuida.
Lamentablemente, esta situación imaginada es mucho más frecuente de
lo que pueda pensarse, sobre todo en actividades de personas mayores
y jubiladas. Si la actividad y la elección de alimentos hubiesen
sido distintas lo más probable es que no aparecería el insomnio y
para ese caso no hicieran
falta ni la consulta ni la medicación.
Otra
socialización colectiva y cotidiana importante ocurre en los bares y
restaurantes y por supuesto se lleva a cabo a través del consumo de
alimentos y bebidas. La oferta en estos sitios de reunión populares
se presentan con pocas opciones de verduras, frutas, legumbres,
cereales integrales, y en general contienen mucha grasa saturada con
exceso de sal, fritos, y azúcar. La fritura es la cocción
mayoritaria. Se sabe muy bien que al freír, si se pasa de 150°C se
crean sustancias tóxicas. Una de éstas es la acroleína,
cancerígena,
aparece
al aumentar la temperatura y
es muy grave cuando el aceite humea. La otra es la acrilamida,
cancerígena y que se forma por la conjunción de aceite y de
hidratos de carbono a alta temperatura. Las papas fritas, las
croquetas, las milanesas, los
churros
y tortas fritas, con aceite a más de 150°C generan esa sustancia. A
mayor temperatura mayor cantidad de tóxicos en la fritura. Una papa
hervida tiene cero de acrilamida y de acroleína, pero las fritas
doradas mucho, demasiado. Con la pizza ocurre en la base con la masa
en contacto con aceite. Por problemas de tiempo la pizza comercial
se
hornea a 400°C, imaginen las varias sustancias que quedan adheridas
a ese fondo de pizza medio quemado. Un consumo eventual no es
problema, pero la frecuencia (el hábito) hace que las pequeñas
cantidades de sustancias se vayan acumulando. Es una cuestión de
dosis. En bebidas, la preferencia del público en bares es en general de
alcohol o de bebidas azucaradas. ¿Quiénes pasan más tiempo en los
bares, hombres o mujeres? ¿A qué género afectó más el Covid-19?
La conjunción de alimentos no saludables y sedentarismo debería
pensarse más allá de preferencias culturales. Tener apegos con determinados alimentos y bebidas, atribuyéndoles valores
culturales irreprochables, puede significar un enorme riesgo para la
salud.
Para
enfermedades para las que no existen medicamentos que ayuden, es
importante mejorar las propias defensas. Las recomendaciones de la
OMS son: muchas verduras, frutas, legumbres, frutos secos, evitar los
fiambres, actividad física continua para mayores de 60 años. Se
dice todo el tiempo, hasta por medios de comunicación masivos. Es
hora de llevarlo a la práctica. Es posible y no muy difícil. En los
próximos posts vamos a la parte práctica con alternativas saludables.
Importante,
lean esto: este comentario no es una
guía médica sino una traducción y discusión comentada de
hallazgos científicos. Ante cualquier duda sobre qué alimentos
o hábitos de vida son apropiados para su caso
particular consulte
a un médico o centro de salud hospitalario. La lectura
de este post no puede reemplazar la consulta médica apropiada.
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